«Los árboles», un cuento de Porfirio Mamani Macedo
- Mundo N
- 17 jul 2020
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Escribe: Porfirio Mamani Macedo
– Han cortado los árboles- gritaba el hombre
Pero las máquinas seguían produciendo aquel ruido que traspasaba los montes y los ríos. Los niños se habían ido a jugar a la acequia, donde a veces encontraban algunas ranas o lombrices. Salían a cazar ranas para don Modesto, que le gustaba comerlas en caldo, y como los niños eran pobres, con las propinas que recibían, los alegraba tanto, que regresaban cantando por el camino. Cuando vieron a aquel hombre en medio de las calles que pasaba gritando, pensaron que era un loco que se había perdido en el pueblo. En ese tiempo de agosto, cuando los vientos eran fuertes y terribles, había en el pueblo como una pesadumbre que caía sobre todos los habitantes, pues andaban huidizos, envueltos por el polvo que levantaba el viento.
-Han cortado los árboles-, gritaba el hombre.
A veces se detenía frente a alguna casa, como si fuera atraído por ella, como si viera algo detrás de las cortinas que se movían. Escrutaba con la mirada en silencio, a veces haciendo visera con la mano, sea por el polvo que le obstruía la mirada, sea por el sol que a veces aparecía ardiente entre las nubes de polvo que empujaba el viento. Y así caminaba por las calles del pueblo pregonando una afirmación que surgía del fondo de de su mente. Tenía la barba crecida y los pelos le caían sobre los hombros. Se notaba la transpiración por el limbo de su frente. El sudor le brotaba como burbujas, y él, seguía su peregrinaje solitario.
-Han cortado los árboles-, se oía el eco por los callejones.
Las máquinas, imperturbables, continuaban su trabajo sordo, tétrico y fatal. Los niños a veces se asomaban a esa fábrica, y lanzaban piedras sobre el techo de calamina, y luego huían en bandada hacia los campos ya pelados, y se escondían en las acequias, hasta que alguien sacaba la cabeza para otear si no había peligro. Los dueños de la fábrica, para ahuyentar la presencia de los niños, pusieron un perro pastor alemán, pero éste pronto fue dominado por la estrategia de los niños, pues como al perro lo alimentaban mal, los niños le daban migajas de pan, y así lo fueron amansando. La gente del pueblo se fue acostumbrando al ruido de las máquinas y al grito que resonaba entre las calles.
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